La economía argentina está atravesando, en este momento, una combinación compleja de entender. Está creciendo económicamente y atravesando una fuerte crisis al mismo tiempo. ¿Cómo es posible? Los números lo grafican: en el primer semestre de 2022, la economía creció a un ritmo de 6.4% en comparación con 2021, un año ya de por sí bastante bueno. Pero también está registrando, como en todo el mundo, niveles récord de inflación en 30 años. En los últimos 12 meses, los precios aumentaron un 74,6%. Así que, mientras a una parte de la población le llegan las bondades del crecimiento, a otra gran porción de las personas se les complica cada vez más poner un pan sobre la mesa.
Esta situación conlleva una paradoja que engendra también un peligro. A fuerza de lo aprendido en el pasado, hay una idea de que las crisis son sinónimo de situaciones extremas o incluso de colapsos institucionales. La más obvia es la crisis de 2001, pero más cercana en el tiempo están las corridas cambiantes entre 2018 y 2019. , o la recesióndurante la pandemia. Pero una crisis puede estar ahí, aumentando las tensiones sociales, sin por eso generar un estallido. Ahí radica su paradoja: es la creencia de que la situación no es tan crítica, minimizando su existencia. Y allí también está el peligro, porque el sistema político, el oficialismo y la oposición, tiene menos incentivos para ponerse de acuerdo y buscar soluciones a los problemas de la población.
Esto se traduce en ejemplos concretos. Si alguien llegase hoy de visita a la Ciudad de Buenos Aires tendría muchas probabilidades de, en un mismo día, ser testigo de dos situaciones contrastantes. Vería, seguro, los restaurantes y eventos culturales repletos de personas e incluso podría tener dificultades para conseguir lugar a la hora de sentarse a comer o ver un espectáculo si no tiene una mínima planificación previa. Al mismo tiempo, podría ver pasar una columna de personas manifestándose en la calle por la falta de comida, reclamándole al gobierno un refuerzo de las políticas sociales que asisten a las personas que no llegan a fin de mes.
¿Cómo es posible que, al mismo tiempo, sucedan ambas cosas? El economista y periodista Alfredo Zaiat lo llamó “distribución regresiva”. Esto quiere decir que ese crecimiento de la torta (en este caso, la economía) se reparte aumentando las desigualdades, porque para que unos reciban más, necesariamente otros tienen que recibir menos. Para dimensionar la gravedad de la situación están, de nuevo, las cifras: tan solo este año, el precio del pan, los fideos y el aceite se duplicó en los comercios de los barrios populares que rodean a la Ciudad de Buenos Aires, la zona en donde se concentra la mayor cantidad de personas pobres en la Argentina. Además de ser una tragedia en términos personales, ser pobre es caro.
La paradoja de la crisis sin crisis también tiene un efecto social grave, porque aumenta los niveles de tolerancia social a una realidad que, de por sí, debería ser prioridad revertir. De eso, surge una pregunta urgente: ¿qué nivel de pobreza se tolera socialmente si no se produce un estallido? La sensibilidad social es un músculo necesario y especialmente, colectivo. No es caridad ni sensibilidad de un puñado de personas lo que se requiere en momentos como este. Se necesitan respuestas contundentes de quienes están a cargo de tomar las decisiones del país.
Para sumar a la tragedia, la pobreza se extiende incluso entre quienes tienen empleo. Alrededor de un tercio de los y las trabajadoras de Argentina son pobres.
Como trasfondo de todo esto, hace meses que el sistema político argentino está enfrascado en sus propios problemas, lejanos a lo que está pasando en la calle. La principal preocupación de la ciudadanía, según las encuestas, es la creciente inflación. ¿Qué hace la política? Tanto en la coalición de gobierno como en la oposición, el foco está puesto en las diferencias, porque las internas partidarias se multiplican de a montones. En los últimos días, a raíz del gravísimo intento de homicidio de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, la situación solo fue a peor. En lugar de generar un puente de diálogo que busque una respuesta institucional a estos niveles de enfrentamiento, las primeras reacciones de repudio dieron paso a declaraciones que solo aumentaron la ya famosa “grieta”. En este caso, también aplica lo de crisis sin crisis, porque la afortunada falla del arma evitó una situación que seguramente hubiera aumentado la violencia. Los políticos que creen que, en un momento como este, se pueden atizar las diferencias por sobre los acuerdos, están jugando con fuego.
Con todos estos frentes abiertos, solo resta esperar que alguien tome la iniciativa. La política es el instrumento para vivir en comunidad. No es necesario volver a romper todo.
Fuente: https://www.washingtonpost.com
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